Claudio García lee «Todo lo que debemos decidir» Destacado

Lunes, 18 Febrero 2019

(Por Claudio García*). Mónica de Torres Curth es de Bariloche y ya no sorprende que de esa ciudad y de la zona andina salgan tantas escritoras que de hecho no se pueden obviar a la hora de hablar de literatura patagónica

, como Luisa Peluffo, Laura Calvo y Graciela Cros y, de una generación más cercana, por nombrar a una, Cecilia Fresco de Villa La Angostura.
«Todo lo que debemos decidir» es un libro de cuentos unitario. Si tengo que recomendar uno de sus cuentos, para quien se acerca por primera vez, creo que «La pasta de mamá», es el más representativo del conjunto.
Encuentro al libro emparentado, en principio, con ese tipo de literatura patagónica que simbólicamente se suele definir como identitaria o característica de esta región, aquella que, como escribió Luciana Mellado, tiene «marcas explícitas y ostensibles de un ambiente regional», al que ella denominó «semiósfera regional». Los cuentos se desarrollan indudablemente en la Patagonia, en áreas rurales o periurabanas –aunque también en la propia Bariloche–, de la cordillera.
Y en este marco, la unidad está dada por un elemento natural, el clima riguroso, el frío, el frío y la nieve o el frío y la lluvia. Así como Vivian Polli una vez escribió que en gran parte de la producción literaria de la región está muy presente el viento y la asociación del viento como maldición, aquí, en forma equivalente, el frío, el clima invernal de la cordillera, aparece con la misma asociación como maldición. Las historias no suelen transitar en el verano cordillerano o en una primavera benigna. En algunos cuentos esto es central, en otros, aparece en menor medida, pero también está. En «La pasta de mamá», por ejemplo, se mencionan la salamandra y la leña mojada, el calor de la estufa que adentro reconforta un poco, pero la lluvia fría, afuera, que hay que enfrentar para ir a un supermercado, está ahí y cumple el rol, como elemento natural, de condicionar a los personajes. En otros relatos, el peso es mayor, como claramente sucede en «La nevada», donde la nieve será implacable con el personaje, o en «Tres cosas», donde un pibe de la calle sufre precisamente el desamparo, la carencia de ropa, las zapatillas rotas, el frío implacable de la ciudad en invierno. El clima riguroso entonces es escenario de gran parte de los cuentos.
La segunda característica que quisiera marcar es la gran carga social de los relatos, en el sentido de realidades adversas, vidas nada cómodas donde prima la carencia, el abandono, alejadas de toda dicha y gozo. Salvo algunos trazos de una tibia nostalgia y del pibe de la calle que de pronto se siente hombre al sentir por primera vez el ahogo de una mujer, en estos cuentos en general no hay tramas ni finales felices.
Muchas veces al hablar de Bariloche o de gran parte de la cordillera necesariamente se marca la realidad de esas dos caras sociales, la de, por un lado, quienes se benefician por la principal actividad de la región, el turismo, mientras que otros viven en la pobreza, marginados, en sitio donde a pesar de las prédicas liberales o neoliberales el derrame no llega nunca o llega en migajas. Por eso, cuando leí el libro me acordé de un poema que resume poéticamente esto de las dos realidades. Es un poema de Luis Alberto Quesada, quien nació en Argentina pero pasó toda su vida en España, peleó en el bando republicano en la Guerra Civil, estuvo en la resistencia francesa contra los nazis, en la Segunda Guerra, sufrió la cárcel del franquismo durante casi 30 años y murió no hace mucho, en el 2015. En su libro «El hombre colectivo», Quesada tiene un poema que, entre otros versos, dice:

Mi patria tiene dos caras,
como la luna.
La del turismo, resplandeciente;
la de mi pueblo a oscuras.
Dos caras en las monedas
y moneditas:
una cara, la fea;
la otra, bonita.
La cara sin el sol,
no se ve nunca.
Es la cara del foso,
de la penumbra.
Mi patria, como la luna,
tiene dos caras:
una la verdadera;
otra, la falsa.

Los cuentos de Mónica se sitúan en esa otra cara, no en la resplandeciente, no en la bonita. Los personajes de las historias son parte de un pueblo a oscuras.
En el comentario-epílogo del libro, de Rodrigo Guzmán Conejeros, se dice: «Los personajes de estos cuentos se definen en la encrucijada de sus decisiones, asumiendo siempre las consecuencias de sus actos en los duros espacios patagónicos que habitan». Acotaría –sin minimizar la contradicción entre el ejercicio de la libertad y las propias decisiones de los personajes, por un lado, y los mandatos de todo tipo y las realidades en las que se mueven, por el otro– creo que tanto lo riguroso del contexto climático y geográfico como del ser social de los personajes, son también fuertes condicionamientos, definitorios. En los relatos hay ejercicio de la libertad, pero las circunstancias y el contexto se imponen.
Con esta impresión personal, pensé mucho en el título que eligió Mónica para este conjunto de relatos: «Todo lo que debemos decidir». En casi todos los cuentos se construye una trama donde los personajes se enfrentan a decisiones clave, como huir de la nevada, practicarse un aborto riesgoso, luchar contra el cierre de una escuela por escasa matrícula, comer y dar de comer con unos pocos pesos o arriesgándose a un oficio desconocido y peligroso. Hay decisiones, pero en un espacio y con una carga social adversa que apenas les permitirá a los protagonistas seguir sobreviviendo. Es decir, no les está permitido decidir libremente, constituyendo una identidad o transformando su vida. De allí quizás que las historias se cierran con una contundencia que dejan al lector sin aire, implacables, como suele ser el frío en la cordillera.

* Claudio García es escritor y periodista. 

Buscar

Nuestros libros